El día que Estados Unidos planeó detonar una bomba nuclear en la Luna

En plena Guerra Fría, cuando el mundo se encontraba dividido entre dos superpotencias nucleares en una constante pugna ideológica y tecnológica, Estados Unidos desarrolló una idea tan extrema como simbólica: hacer explotar una bomba de hidrógeno en la superficie de la Luna. Este plan, conocido como Proyecto A119, buscaba generar una explosión tan luminosa que fuera imposible de ignorar para los ojos del Kremlin. El objetivo no era científico, sino político: una demostración de fuerza descomunal para reafirmar la supremacía estadounidense ante los avances soviéticos en la carrera espacial y armamentista.

La Guerra Fría, que se extendió desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1989, fue un periodo marcado por tensiones extremas entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Aunque nunca se enfrentaron directamente en un conflicto bélico, ambas naciones se embarcaron en una carrera nuclear que culminó en la acumulación de unas 60 mil ojivas atómicas. Esta rivalidad también se trasladó al espacio, donde la URSS parecía tener la ventaja, sobre todo después de lanzar el Sputnik I en 1957, el primer satélite artificial en órbita.

Ante estos logros soviéticos, el gobierno estadounidense sintió que debía responder de forma impactante. En este contexto nació el Proyecto A119, a cargo de la Armour Research Foundation, que consistía en detonar una bomba H (de hidrógeno) justo en la línea divisoria entre la cara iluminada y la cara oscura de la Luna, para que el destello pudiera verse desde la Tierra. A diferencia de la bomba A (atómica), que libera energía por fisión, la bomba H lo hace por fusión, lo que la convierte en mucho más poderosa.

El plan no solo era una maniobra militar, sino también propagandística: un destello nuclear en la Luna sería una señal irrefutable de poderío estadounidense. Pero lo más sorprendente del proyecto fue la participación de Carl Sagan, quien años después se convertiría en uno de los divulgadores científicos más influyentes del siglo XX. Como joven científico, Sagan colaboró en el análisis de los efectos de la detonación y, según se supo años más tarde, incluso mencionó el proyecto en una solicitud laboral universitaria, antes de que fuera desclasificado.

Sin embargo, el Proyecto A119 nunca se llevó a cabo. La razón exacta permanece clasificada, pero lo más probable es que el alto riesgo asociado —como el potencial accidente del misil portador cayendo a la Tierra— resultara demasiado elevado. Además, una explosión nuclear visible en el espacio podía desatar un incidente internacional de grandes proporciones, en una época en que la tensión entre potencias estaba al borde del colapso.

Curiosamente, la Unión Soviética también concibió un plan similar llamado Proyecto E4, aunque tampoco fue ejecutado. Al final, fue el alunizaje del Apolo 11 en 1969 el que consolidó la hegemonía estadounidense en la exploración espacial, sin necesidad de recurrir a demostraciones destructivas.

El Proyecto A119 es un ejemplo claro de cómo la lógica de la Guerra Fría empujó a las superpotencias a idear estrategias extremas, donde la ciencia se puso al servicio del poder, y donde incluso las ideas más descabelladas estuvieron a punto de materializarse. Una bomba en la Luna pudo haber cambiado la historia, o incluso desencadenado una crisis global; por fortuna, se quedó solo en el papel.

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