El recién inaugurado telescopio Vera C. Rubin marca el inicio de una nueva era en la exploración del cosmos. Con sus primeras imágenes publicadas, este observatorio promete aportar datos sin precedentes para resolver algunos de los mayores enigmas del Universo, como el origen de la materia oscura, la energía oscura y la detección de asteroides que podrían amenazar a la Tierra.
El nombre del telescopio es un merecido homenaje a Vera Rubin, la astrónoma estadounidense nacida en 1928, cuya incansable labor permitió comprobar la existencia de la materia oscura, una sustancia que no puede observarse directamente, pero cuya influencia gravitacional es determinante para entender cómo se comportan las galaxias. Durante gran parte del siglo XX, las mujeres enfrentaron grandes obstáculos para desarrollarse en el ámbito científico, y la carrera de Rubin es testimonio de esta lucha contra las barreras de género que aún persisten en muchos espacios académicos.
Vera Rubin observó que las estrellas situadas en los bordes de las galaxias giraban a velocidades similares a las de aquellas más cercanas al centro, un fenómeno inexplicable si solo se consideraba la masa visible. Su conclusión fue revolucionaria: existe una gran cantidad de materia invisible que aporta la gravedad necesaria para mantener las galaxias unidas. Esta materia oscura, que no emite ni absorbe luz ni ningún tipo de radiación electromagnética, constituye aproximadamente el 27% del Universo, aunque aún se desconoce su naturaleza exacta. A pesar de su trascendental descubrimiento, Rubin nunca recibió el Premio Nobel, pero su legado ha sido reconocido en todo el mundo, y ahora su nombre vive en uno de los telescopios más avanzados de la historia.
Ubicado en el cerro Pachón, al norte de Chile, el Observatorio Vera C. Rubin cuenta con tecnología de vanguardia que le permitirá observar más estrellas y galaxias que cualquier otro telescopio óptico terrestre. Equipado con la cámara digital más grande jamás construida, de 3,200 megapixeles, el telescopio es capaz de realizar un barrido del cielo del hemisferio sur, registrando cada sección aproximadamente 800 veces durante su periodo de operación de 10 años.
El observatorio tendrá acceso a 17 mil millones de estrellas y 20 mil millones de galaxias, lo que lo convierte en una herramienta sin precedentes para explorar el Universo. A diferencia de otros telescopios que se enfocan en zonas específicas, el Vera Rubin es capaz de capturar imágenes amplias y profundas en tiempo real. Este enfoque permitirá detectar objetos en movimiento como asteroides, cometas, supernovas, pulsares y cualquier fenómeno que emita destellos o pulsos. Entre estos, los pulsares siguen siendo un misterio fascinante por la extrema precisión de los pulsos de radiación que emiten.
El impacto de este proyecto no solo es internacional, también incluye una destacada participación de México. Científicos de instituciones como el Instituto de Astronomía de la UNAM, el Instituto de Radioastronomía y Astrofísica (IRyA), y el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) de Puebla forman parte de las investigaciones que se realizarán con este telescopio, lo que reafirma el papel de México en la ciencia mundial.
Además de su capacidad científica, el legado del telescopio Vera Rubin tiene un valor simbólico: honra la memoria de una mujer que desafió las normas de su época y abre la puerta a que más mujeres encuentren inspiración para participar en la ciencia y transformar sus propias realidades. Este observatorio no solo buscará respuestas en las estrellas, también contribuirá a derribar las barreras en la Tierra.